¿Vulnerables todos los adultos? (I)

Durante estos últimos años se nos ha recordado constantemente que los adultos somos especialmente frágiles. Se nos ha evocado un día sí y otro también nuestra ineludible vulnerabilidad. No ha sido sólo el temor al Covid, puesto que, inyectada la vacuna, se nos ha asegurado una segura inmunidad. Ya no tenemos miedo a infectarnos, pues nos hemos familiarizado con la epidemia; ni tan siquiera hacemos caso a las estadísticas de fallecidos u hospitalizados. Tras el estricto confinamiento pasado nos hemos sumergido en un clima de libertad total. No ha pasado nada. No me parece mal. Pero pensemos, aunque sea por un instante, en sus consecuencias en la sensibilidad personal y social de la población.

  1. Las epidemias no eran un problema en nuestro primer mundo. Se habían superado las crisis tradicionales, aplicando en la niñez o juventud una vacuna específica a cada una de ellas. Las enfermedades epidemiológicas se producían solo en otros continentes y regiones, -lejos, “pobrecillos…”- y la solución les correspondía a ellos. Nosotros no teníamos por qué preocuparnos. Entre nosotros la muerte era, en general, tan solo el final de un proceso largo de vida y no una experiencia cotidiana. “Ha muerto”, lógico, tenía 85 años. Tenía una explicación sencilla. Pero la mentalidad social ha cambiado radicalmente y la muerte se ha convertido en una realidad cercana. La sociedad se ha atemorizado. Hemos ensalzado la medicina y las figuras médicas y de enfermería. A nuestra sociedad, que ha considerado como privilegiada nuestra sanidad, le ha entrado la duda, incluso la queja, de la calidad de la misma: no tiene los recursos personales y de espacio suficientes y los plazos de atención a cuestiones esenciales se han alargado de manera importante. MIEDOS.
  2. La globalización de las crisis epidemiológicas nos ha traído la conciencia de otros males globales: calor excesivo incluso en el norte, incendios, escasez de agua, que nos hacen pensar en la evidencia del cambio climático. Además, con la guerra de Ucrania nos hemos concienciado de los efectos mundiales de las guerras, aún lejanas, y la debilidad de las naciones. Nuestra seguridad se ha debilitado y pensamos en cuál será la vida de las generaciones futuras. MIEDOS.
  3. La inflación y sus consecuencias se han convertido en noticias de primera página. El enorme encarecimiento de la energía, los problemas de suministro por la escasez, la subida de precios de los combustibles sin medida, la imputación a los clientes por parte de las entidades bancarias del aumento de costes de los servicios, la disminución y encarecimiento de los alimentos, la dificultad de mantener el poder adquisitivo de las pensiones… que han provocado un mayor distanciamiento de las rentas, los ricos más ricos y los pobres más pobres en la escala de la pobreza. MIEDOS.
  4. El título inicial cuestionaba la vulnerabilidad de las personas adultas y no se menciona conscientemente la etapa de la vejez. Y es que se nos insiste en que somos vulnerables todos los mayores de 60 años. De repente hemos dejado de lado los avances de la medicina de los últimos 50 años y nos han desplazado a la generación de nuestros abuelos y abuelas. Alimento del edadismo. Nos aplican un nuevo icono a partir de los 60 años: a la manera de los muy ancianos, encorvados y apoyados en un bastón. Su consecuencia, la pérdida de consideración social. MIEDOS.

Nosotros, en Helduak Adi!, creemos en la posibilidad de una VIDA PLENA, que puede conseguirse. La defendemos como algo que debe impulsarse en todos los niveles de la población humana. Pensamos que la vida plena se construirá paso a paso: sabemos que no es un logro inmediato. Es necesario caminar en el sendero de la utopía y, aunque nos parezcan inalcanzables sus logros, debemos esforzarnos en esa vía. ¿Qué pasos deberíamos dar? En una siguiente reflexión, intentaré mostrar algunas ideas.

Santos Sarasola Celaya
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